JIMÉNEZ URE, UN HOMBRE DE CULTURA

Por Ricardo GIL OTAIZA

(Presidente de la Academia de Mérida, Venezuela, Junio del año 2016)

Hablar de Alberto Jiménez Ure (Tía Juana, Edo. Zulia, Venezuela) es indagar donde anida el hecho literario y cultural de casi la última mitad del Siglo XX Venezolano, y lo que va del XXI. En este autor se conjugan una singularidad de portentos: «agudo» e «incisivo verbo», persistencia en el oficio, arrojo a la hora de asumir retos y desafíos, originalidad en sus propuestas y un estilo propio e inconfundible. La Literatura Jimenezureana es la amalgama de lo posible y la mirada desde lo tangencial, para hacer de sus textos (cuentos, novelas, poesías y pensamientos filosóficos) pequeños artefactos que gustan desnudar la realidad humana en sus más descarnadas aristas. Cada página del autor tiene la particularidad de mostrarnos el haz y envés de una misma realidad: la complejidad de la vida y sus más profundos tormentos. El horror en AJU dista de los lugares comunes que suelen presentársenos desde la «Meca del Cine», o desde la Literatura Canónica, para adentrarse sin rubor en aquello que nos aleja de una «moral pacata», cincelada por lo religioso, para internarse en los densos territorios de lo escatológico y de las sombras.

En nuestro homenajeado los linderos entre la realidad y la literatura se desdibujan para mostrarnos circunstancias y personajes que caminan en los márgenes de la sociedad, que se confunden  [quizá sin pretenderlo) con mundos «esperpénticos», «monstruosos» y «fantasmales», que buscan azuzar en sus lectores ese otro lado que olvidamos en medio de lo fáctico  [la verdad de las mentiras de la que nos habla Mario Vargas Llosa], hasta dejarnos inermes frente a hechos que muchas veces no comprendemos, pero que terminan por convertirse en realidades paralelas y, quizá necesarias, en el contexto de las truculencias propias de la vida y de sus portentosos actores de carne y hueso.

Los textos de Jiménez Ure son breves y contundentes, estremecen los sentidos, horadan los nervios, van más allá de lo previsible para golpearnos la razón, hasta dejarnos indefensos y muchas veces atónitos, sin que ello implique desconcierto, abandono de la lectura, o el abrupto rompimiento de la magia que todo buen relato  [y texto en general] entreteje a modo de densa trama. Nuestro autor es un maestro del cuento breve, reconocido aquí y más allá de nuestras fronteras, incluido en decenas de antologías, erigiéndolo en figura clave del devenir literario nacional, con fuerte proyección continental. Es un merideño por adopción y corazón que ha construido, con tesón y disciplina monástica, una sólida obra hasta hacerte parte y todo de un gran movimiento literario y cultural que reconoce en él a uno de sus más aventajados exponentes.

Paralelamente a su obra literaria, AJU ha sido una pluma indispensable en la prensa venezolana de las últimas décadas. Sus posturas iconoclastas, su contundencia lapidaria y su defensa «a ultranza» de la Democracia han sido valores que ha enarbolado con valentía: sin importarle que, con ello, fuese vetado en algunos medios, hasta convertirse en un articulista «a las sombras, cuyos textos son leídos y admirados por «iniciados», quienes buscan en sus posturas nortes y derroteros en medio de la incertidumbre nacional y planetaria. Es un articulista combativo, irreverente y cáustico, que pretende con sus reflexiones políticas, académicas o literarias, impactar la conciencia del lector, hacerlo su cómplice, ganárselo por la vía de la argumentación bien hilada, coherente y lógica, sin que ello implique que se aleje de la complejidad del lenguaje que indaga también en los peligrosos territorios de la ambigüedad y antinomia. Es nuestro amigo dueño también de un humor negro, salpicado de ironía, que logra anclarse en medio de nosotros como latiguillo que nos recuerdo el compromiso del hombre de letras con su tiempo histórico.

Es Jiménez Ure un hombre de la Cultura, quien, desde su cubículo ubicado durante muchos años [hasta su jubilación] en pleno corazón de la Oficina de Prensa de la Universidad de Los Andes [y mucho antes en el Consejo de Publicaciones], promovió nuevos talentos literarios, sirvió de enlace entre grandes figuras de entonces y la intelectualidad universitaria y merideña hasta convertirse en figura clave de nuestras letras. Hoy, muchos de los que trajinamos los duros caminos de la Literatura reconocemos en este hombre afable y sencillo su sentido de compañerismo, su entrega sin mezquindad, su dar sin esperar nada a cambio, su presta orientación, su afán de proyectar a otros, su pasión por las letras y su amor por la institución. Es un literato a dedicación exclusiva, un hombre de pensamiento, un promotor de la paz y el respeto, un agente de la civilidad en su más elevada expresión filosófica.

Por todas estas razones, en la Academia de Mérida, en esta hermosa y antigua casona, rendimos homenaje al escritor, al intelectual, al amigo y al ciudadano; al universitario cabal que hizo de la ciudad de Mérida su destino personal, el de sus hijas, y el de su vasta obra hoy ya universal.

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